Saturday, July 30, 2005

ENRIQUETA Y FELLINI Posted by Picasa

Thursday, July 28, 2005

Sobre Macedonio Fernández



... yo no soy un pensador. He pasado toda la vida tratando de pensar, pero no sé si he llegado. Macedonío comentaba que él no había pensado. ‘Lo que yo pienso -me dijo una vez- William James y Schopenhauer lo han pensado ya por mí’. Era un hombre naturalmente generoso, que todo lo que él pensaba se lo atribuía a su interlocutor. El nunca decía ‘yo pienso tal o cual cosa’, sino ‘vos, che, habrás observado, sin duda...’ ¡Y uno no había observado absolutamente nada! Pero a Macedonio le parecía más cortés. En fin... él seguía su línea de pensamiento y la realidad no le importaba. 3


Su excelencia estaba en el diálogo, y tal vez por eso pueda asociárselo a genios que no escribieron nunca, como Sócrates o Pitágoras, o aún como Buda o Cristo. Lo primordial era su compañía.

J.L. Borges

Wednesday, July 20, 2005

Stella Accorinti, MIRTA. Novena entrega



CARTAS DE MIRTA DESDE BOSTON, I




Boston, 10 de agosto de 2002

Canela, hija de mi corazón:

¿Cómo estás, Princesa?, me preguntabas en tu carta si tenía alguna historia para usar en la obra de teatro que están escribiendo con tus compañeras. No sé si te sirve, ni sé si es una historia, pero una amiga mía, Rosita, cuando se casó estaba económicamente muy mal. A los dos meses de casada, un día se dio cuenta de que no tenía en su casa nada para hacer una comida, nada para comer, y empezó a preocuparse mucho, más que por ella por el hecho de que a la noche no tendría nada caliente para ofrecer al marido que llegaba del empleo, cansado. Ella había leído Mujercitas cuando tenía once años. La verdad, Caneli, que no hacía mucho que ella había tenido once años, porque en ese momento tenía quince. La cosa es que a que no te imaginás qué hizo. Como ella admiraba al personaje principal del libro ése de Louise May Alcott, se le ocurrió que podía vender su cabello. Eran los años setenta, hijita, el cabello se usaba muy largo, y mi amiga lo tenía debajo de la cintura.
Agarró las pocas monedas que tenía y al día siguiente, acompañada del marido, fue a la capital (ella vivía lejos, como a 50 kilómetros). En el camino parloteaba con el marido, que había faltado a su trabajo para ir con ella en esta aventura. Mi amiga dice que ella parecía la lechera del cuento. (¿Conocés ese cuento?) Llegaron a capital, recorrieron varias peluquerías, en todas le dijeron que no, que ella tenía el cabello muy estropeado. Y me contaba que el marido le decía que por qué no caminaba derecha, que ella no caminaba como las chicas de su edad, que él tenía una vecina que caminaba con paso elástico. Ella se miraba en las vidrieras para ver si lograba el paso elástico, que nunca supo muy bien qué era.
Esa noche cuando regresó, encontró en un plato, tapado, el piolín de un chorizo que había usado el día anterior para cocinar (en rigor de verdad, había usado un pedazo del chorizo, ya que hacía hasta cuatro comidas con un chorizo, lo hacía hervir en agua para dar sabor). Había un poquito de grasa aún adherido al hilo, mi amiga pasó ese pedacito de grasa por la sartén, picó un cuarto de cebolla, la fritó en la sartén, agregó agua, dejó que hirviera, le puso una pizca de orégano e hirvió un poco de fideos a los que sirvió rociándolos con el agua con chorizo.
Rosita se reía cuando me contaba eso. Es que hace más de veinte años que lo dejó al marido. (Ella estuvo casada más de diez años con ese hombre).
Hijita, releí esto. No sé si te sirve, no sé si quieren una historia así, o si cuando me pedís una historia te referís a otra cosa. Voy a pensar si me acuerdo de otra cosa para mandarte. No sé por qué cuando me pediste una historia enseguida pensé en Rosita y su pelo.

Te amo hasta más allá del cielo y de las galaxias, como me decís vos siempre.

Escribíme mi Princesa Inca. Besitos a Sheena, dale agua a esa gatita, los gatitos pequeños toman mucho agua. Y leche. ¿Qué comida le das? ¿O aún no come comidita?

PD: hablando de comidita, ojo con la comida chatarra, no comas tantas hamburguesas, comé frutas, verduras, comé lácteos. Cuidá la salud, hijita.

PD2: vas a ver que pronto voy a poder volver y te voy a cantar tu canción:

Duerme, duerme, negrita
Que tu mama está en el campo, negrita
[…]
Te va a traer rica fruta para ti
[…]
Te va a traer muchas cosas para ti
Y si mi negra no se duerme
Viene el diablo blanco y ¡zas!…
Le come la patita checapumba
Checapumba, apumba checapum.
Duerme, duerme, negrito
Que tu mama eta en el campo, negrito.
Trabajando, sí
[…]
Pala negrita chiquitita
Pala negrita, sí
Trabajando, sí
Trabajando, sí.

TE AMO hasta el fin del universo, si es que tiene fin…

Mami

Boston, 15 de agosto de 2002

Silvana, hija de mi alma:

¿Cómo estás? Hoy llovió mucho acá, tanto que estaba yendo a la academia de inglés y me agarró justo el chaparrón al bajar, quedé hecha sopa, un desastre. Además, bajé un poco triste del tren porque vi a una chica ciega que tenía un perro. Ella llevaba de la mano a otra chica ciega, y ésta llevaba en brazos a una beba. La escena era un cuadro, una foto, era hermosa y dolorosa a la vez. La chica del perro era blanca, y la chica del bebé en brazos era negra. Esto ocurrió en la línea verde del metro. Ellas bajaron en la estación Haymarket. Había algo en ellas, en la escena, en que la chica blanca tuviera perro guía y la chica negra tuviera un bebé. La chica negra parecía tan dependiente de la chica blanca. No sé explicarte bien qué sentí o qué pensé en ese momento. Pero ése era el cuadro. Ellas bajando en la estación, la mano de la chica negra en el hombro de la chica blanca.
Te cuento que tengo como compañeros en la academia a una colombiana y a un salvadoreño y a un señor brasileño, el señor brasileño es onda “persevera y triunfarás”, o sea que si querés, podés y todo eso, vos me entendés, el salvadoreño es onda tímido y concentrado y la colombiana va a las clases de inglés para hacer terapia acerca de sus problemas familiares, y a llorar porque su hijo de dieciocho años se ha puesto de novio y quiere ir a pasar el domingo a casa de su novia, y ella dice que qué harán con la iglesia, y que cómo harán entonces. Me imagino que leés esto con el ceño fruncido. Y sí, no intentes entender, son mundos diferentes. Yo no sé ni qué decir, hago la tarea, cumplo, hablo cuando me preguntan, me esfuerzo, y entretanto la depresión avanza, aunque cuando me doy cuenta la empujo y le cierro la puerta en las narices a la muy entrometida.
Silvanita, te extraño más que un montón. Extraño tu risa, que imites a la Chirusa, que hables haciéndote la loquita, que te rías de todo. Extraño que alguien coma mis canelones como si fueran los mejores del mundo. Extraño tocar tu pelo largo. Extraño tus silencios, extraño tus largas charlas. Quisiera abrazarte fuerte y tenerte contra mi pecho como cuando eras bebé.
Pd. Los versos que te faltan de esa canción son éstos :“Mi unicornio azul ayer se me perdió, no sé si se me fue, no sé si se extravió, si alguien sabe de él le ruego información, cien mil o un millón yo pagaré…, es que no tengo más que un unicornio azul, y aunque tuviera dos […]”.
Te extraño, te amo hasta más allá de la última estrella.

Mami

Boston, 18 de agosto de 2002

Hola, Seba:

¿Cómo estás, primo? ¿Los chicos bien? ¿Tu esposa? Te escribo para saber cómo estás y también para contarte que en los últimos días pienso recurrentemente en la tía.
¿Vos conocés ese textito de Cortázar, “Me caigo y me levanto”? ¿Te acordás que tu mamá siempre decía así? Lo decía con una gracia… me caigo y me levanto! Uy, perdón, decía después. (Tía, ¿cómo nos rehabilitaremos?, como dice Julio). Después te mando el audio, Sebi, pero te copio acá un pedacito: “Tía, no será esa la respuesta, ahora que lo pienso? Hagamos una cosa: usted se rehabilita y yo la observo. Varios días seguidos, digamos una rehabilitación continua, usted está todo el tiempo rehabilitándose y yo la observo. O al revés, si prefiere, pero a mí me gustaría que empezara usted, porque soy modesto y buen observador. De esa manera, si yo recaigo en los intervalos de mi rehabilitación, mientras que usted no le da tiempo a la recaída y se rehabilita como en un cine continuado, al cabo de poco nuestra diferencia será enorme, usted estará tan por encima que dará gusto. Entonces yo sabré que el sistema ha funcionado y empezaré a rehabilitarme furiosamente, pondré el despertador a las tres de la mañana, suspenderé mi vida conyugal y las demás recaídas que conozco para que sólo queden las que no conozco, y a lo mejor poco a poco un día estaremos otra vez juntos, tía, y será tan hermoso decir: ahora nos vamos al centro y nos compramos un helado, el mío todo de frutilla y el de usted con chocolate y un bizcochito.” Tía, vos te rehabilitás y yo… Tía, vayamos al Abasto a comprar las cosas del día, y a la vuelta nos tomamos un helado. Mirta, ¿vamos al Abasto? Mirta, andá y decile a don Juan el almacenero que te venda medio kilo de azúcar y que te dé la yapa, eh. Mirta, te llamaba para preguntarte por la receta de la salsa blanca, ¿viste que siempre me olvido las cantidades? Tía, te llamo por la salsa blanca, viste que yo siempre me olvido de las cantidades. Entonces, tía, si yo recaigo vos te rehabilitás, y al revés, y apoyate en mi brazo, y Mirta, apoyate en mi brazo, dame la mano para cruzar Entre Ríos, tía apoyate en mi brazo y vamos que despacito llegás caminando al baño.
(Tía de mi alma, ¿sabías que Isabel quiere decir algo así como “la casa de dios”? Esa fuiste vos para todos nosotros: la casa donde queríamos estar, de la que no queríamos irnos, el plato de comida caliente, la sonrisa dulce, la palabra tierna.)
Tía, ¿y si no estás sólo en mis sueños? Y si…, tía, ¿y si te rehabilitás? Tía, ¡me caigo y me levanto! La puta madre que lo parió a la vida, tía.

Disculpáme, Sebastián, mejor te escribo otro día, creo que esta carta no es para vos.

Te quiero hasta el cielo.

Mirta

Friday, July 15, 2005

Stella Accorinti, SOCRATES, 3

FENARETA




[…] pero tú tienes los cabellos
[…]
propios para coronas de flores bien lozanas […]
No tengo, Cleis, de dónde hacerme
para ti con un tocado multicolor[…]

Safo
Mi madre se parecía a mi abuela Filista, ambas fueron parteras. Era mi madre de aspecto frágil, baja de estatura, pequeña, con manos huesudas y dedos largos. Siempre dejaba crecer cuidadosamente la uña del dedo pulgar de la mano derecha. Mantenía esa uña como si fuera un espléndido tesoro. Y lo era. Con ella muchas veces rompía la bolsa de las parturientas.
El cabello oscuro de mi madre permanecía siempre recogido, lo que me permitía observar la concentración de sus rasgos, mientras preparaba los elementos para el parto. Los largos lienzos, enrollados en un sector alto de la casa, fueron motivo de fascinación para mí por muchos años. Los lienzos y la marmita de tres patas en la que calentaba agua caliente. El paño blanco con el que envolvía su cabeza antes de ir a la casa de la que estaba por alumbrar. El cuidado riguroso con el cual lavaba sus manos, pasándoles antes y después del lavado cenizas que ella misma recogía del lado suroeste del Olimpo, en los viajes que hacía sin dejar de visitar a las comadronas de Megara, de Tebas, de Delfos, de Phthia y de Larissa, viajes en los que se turnaban con las parteras de Corintos y de Mantinea. Hoy, que mi madre está enterrada entre el Lycabetos y el Keramikós, conserva aún su marmita, con la cual la enterré.
Tenía mi madre la piel color de aceituna. Así decía ella. Y decía que el color de mi piel era aceitunada también. Tenía los ojos rasgados, con una mirada dulce, igual a la de mi abuela materna. Su cabeza estaba siempre ligeramente ladeada hacia la derecha, como si quisiera reposar en el hombro en cualquier momento. Fue ilustre en el Attika no sólo por su belleza, sino también por su fuerza para enfrentar todos los problemas. Reía habitualmente de lo que a los demás les parecía un desastre sin remedio, y con su risa disolvía el carácter tétrico o demasiado pesado de lo que se le relataba, y aligeraba las cargas de los mortales. Ella decía que su buen humor era un regalo que en la cuna le había hecho La que Vino de la Espuma. Era una de sus frases preferidas, la otra era que los olivares no eran su obligación. Era su modo de unir a Afrodita, la hija de Uranos nacida de la espuma, y a Atenea, la que nos regaló el olivo.
Coleccionaba espejos de bronce y de plata. Su preferido tenía un codo de alto, y ella lo llamaba pigmeo. Realizado en bronce, estaba sostenido por una imagen de Afrodita, que tiene en la mamo derecha una paloma con sus alas plegadas. El pie derecho de la bella entre las bellas se adelanta apenas. La imagen está sobre un pedestal de tres patas. Sobre su hombro izquierdo, cuelga del espejo una imagen de Eros alado. Algunas pequeñas flores y dos cuadrúpedos pequeños adornan los laterales, y encabeza todo el decorado una sirena que despliega sus alas.
Usaba aros de cerámica, que le hacía mi padre, pero nunca se ponía dos aros iguales, y a veces incluso, usaba uno solo, grande, en el que estaban representadas cinco diosas, igual que en el ánfora que prefería para transportar agua.
Sé que tuvo tratos, e incluso amistad, con las mujeres de los bárbaros, y cierta vez, a escondidas de sus conciudadanos, asistió a una boda entre sus amigos extranjeros, que me narró varias veces con lujo de detalles. Sé también que no era verdad lo que declaró, ella no era ya estéril cuando empezó a ejercer como comadrona. Pero era necesario que lo dijera.
Bailaba mi madre con gracia en las fiestas en honor a Dionisos, el nyssos de Zeus, aquel que es doblemente hijo de Zeus, como solía decir ella. No faltaba nunca ni a la Pequeña ni a la Gran Dyonissia. Era refinada y hermosa para bailar –oh, sí, ya sabemos que quien no baila es poco refinado, y no es educado. Ella era todo eso, y mucho más, porque además de saber bailar, lo hacía con elegancia. Antes de casarse con mi padre, mi madre solía ponerse su mejor túnica y bailaba en las Panatheneas, así como también gustaba de bailar en las fiestas de Artemisa, de Deméter y de Era. Le brillaban sus enormes ojos cuando contaba cómo conoció a sus amigos de comarcas lejanas en los bailes de Delfos. Bailaba para nosotros algunas noches la danza de la serpiente, y yo, siendo niño, palmoteaba de alegría cuando ella imitaba los movimientos que había hecho alguna vez Teseo en Delos, cuando inventó esta danza, el baile del laberinto, como decía mi madre, la danza de Teseo que él ofreció a los dioses como agradecimiento por haberlo salvado. Y así formábamos un círculo por las noches: ella, sus amigas y varios niños, entre los cuales tuve la suerte y el honor de estar. Entrelazando los brazos, o tomándonos las manos, tomados de los hombros quienes podían, bailábamos hasta tarde cuando no había hombres en la casa. Mi madre era siempre la conductora del grupo, y todos seguíamos sus pasos. La bella Fenáreta era así la reina de la noche. Mientras bailaba, invocaba a Terpsícore, la musa de la danza,. Ella decía que los helenos teníamos más de trescientas danzas diferentes, pero creo que ella exageraba un poco, por su pasión por el baile, que la llevaba a bailar a las islas y a las aldeas, de donde volvía con nuevos pasos y nuevo semblante. Allí ella, que descendía de los egipcios, como casi todos nosotros, y como casi toda nuestra cultura, parecía más egipcia que nunca. Más morena que nunca, más helena que nunca, más egipcia que nunca. Athenas es negra, y el color oscuro en la piel es una de sus bellezas.
Mi madre realizó su iniciación en Eleusis, como todos nosotros, pero ella continuó bebiendo el kykeon después de eso: comer hongos es parte de la religión, y mi madre, como Perséfone, también se iba en una época del año a otras regiones, en busca de hongos que usaba una parte en sus pedidos a los dioses, y otra parte en preparaciones para las parturientas. Los hongos eran una comida importante para mi madre, quien jamás les temió, como suelen temerlos las personas del común. Ella sabía distinguir las propiedades de los hongos, tanto las culinarias como las farmacéuticas y las religiosas. Solía preparar los hongos con aceite de olivo, o con agua, y a veces los comía frescos o secos. Cuando preparaba infusiones con hongos que guardaba aparte, eran momentos especiales, y ella realizaba esa tarea con mucho cuidado. Esta infusión era trasladada en tinajas especiales a las Dyonisias, porque no se puede honrar a los dioses por largos días sin preparación y sin ayuda. Previendo que la infusión se terminara, las mujeres avezadas en los hongos juntaban orina de quienes habían ingerido la mezcla, y la tomaban, ya que surte los mismos efectos. Además, tomar la orina del embriagado es participar doblemente de la fiesta a los dioses, crear una comunidad y prolongar los efectos de la comunión mediante la donación y la generosidad.
Y también es generoso compartir el agua que se exprime del hongo. Y el mejor modo de oír al daimon es ayudándose con hongos. Porque oír a los dioses no es tarea simple, nuestros oídos están cerrados, y algunas bebidas especiales nos ayudan a abrirlos. Por eso Démeter se vale del kykeon para aparecerse a los humanos, así como nos ayuda el aceite narcótico del narciso. Por eso invocamos a Dafne, Narciso y Jacinto, mientras Mirra y Leucótoe nos dan sus humos, y danza la ninfa Minte en la olorosa menta del kykeon. Pero el kykeon es degustado por quienes así desean hacerlo. Nadie es obligado, y ni siquiera es animado a hacerlo. No es como cuando la Hélade obliga a sus aliados a adoptar la democracia, ni como cuando siendo niños somos obligados a ir a la escuela…
Mi madre amaba la cocina. Ella sabía preparar el caldo negro de Esparta con sabiduría. Mezclaba la sangre de los animales, las hierbas aromáticas y el vinagre, y dejaba hervir adentro las carnes que luego preparaba en conserva. También cocinaba exquisitos caldos claros, de hierbas, que eran sus preferidos. Presentaba en la mesa el sencillo pescado salado como si fuera un festín de los dioses. Sabía aplastar la carne hervida de cerdo para mezclarla luego con grasa y con hierbas secas y desmenuzadas, formando una pasta suave y apetitosa. Tenía aceite con ajo siempre preparado en vasijas que usaba sólo para eso. Con ese aceite pintaba las carnes, dándoles un sabor especial y un aroma delicioso. Pero el rey en su cocina –así como sus ungüentos de belleza– era el aceite de olivo, el árbol que nos obsequiara Atenea, cuyo aceite ilumina nuestras noches como corazón viviente de las lámparas, y cura nuestras enfermedades, presente en casi todas nuestras medicinas de frotación, y en los cuerpos listos para competir de nuestros atletas.
Mi madre utilizaba siempre el aceite de olivo en la cocina, en su recipiente preferido para contener el maravilloso líquido generosamente obsequiado por las aceitunas. Ese aceitero tenía pintados cuatro hombres en la cosecha del olivo. Uno, con una pértiga, sacudiendo un árbol, otro, de cuclillas, debajo, recoge las aceitunas que caen, el tercero, sobre el árboles, instiga a las ramas más alejadas para que entreguen su fruto, y el cuarto, vigila la tarea atentamente, con su pértiga ligeramente inclinada, dispuesto a ayudar apenas haga falta.
Conozco los secretos del aceite. He participado en la molienda de la aceituna, que hacíamos el mismo día de la recolección para tener así el mejor aceite. Las recogíamos cuando ya casi todas estaban maduras. Lo mejor es recogerlas amorosamente con las manos, y no sacudir demasiado los árboles, para no dañar los graciosos frutos del árbol de Atenea. Elegíamos las mejores aceitunas para el mejor aceite, y comenzábamos la tarea de molienda. Colocábamos las aceitunas en el molino, las aplastábamos cuidadosamente, y luego, dejábamos reposar la pasta, hasta que el aceite se separaba del agua. Así obteníamos oro líquido, como llamó Homero al aceite de olivo.
(Mi padre hizo varias aceiteras que dibujó y pintó tomando como modelos a los olivares, y cada una de ellas tiene un nombre que le di siendo pequeño: Bosques de olivos, Bosque de olivos con personas recolectando, Bosque de olivos con cielo, Bosque de olivos con cielo de aceitunas, Bosque de olivos y naranjas, Olivos, Olivos contra la cuesta de la montaña y Olivos con cielo y limones).
Mi madre amaba el aceite de oliva también porque es un remedio contra muchas enfermedades. Aplicado en los sabañones, alivia las molestias que ocasionan en las manos y en los pies, alivia las piedrecillas en los riñones tomar cada mañana una cucharada de aceite de oliva con limón, y aplicado en el estómago, macerado con algunos vegetales que mi madre conocía bien, alivia los malestares digestivos. Ella aliviaba el dolor del reuma con un cocimiento de col, cebolla, zanahoria y zumo de limón. Añadía gotas de aceite de olivo y debía tomarse una medida de vasija de sopa cada hora. La hinchazón es rebajada con premura atando paños embebidos en aceite de oliva y colocándolos sobre la parte del cuerpo afectada.
Mi madre decía que quien tiene aceite de oliva en su casa logra la prosperidad, y que jamás debemos estar sin aceite. Siempre comentaba frases sobre el aceite: aceite y luna, tiempo de aceitunas; si hace frío en el año, habrá buena cosecha de aceitunas; el aceite quita toda enfermedad; quien castiga a sus olivares, castiga su patrimonio; aceite y vino, bebidas de lo divino; la mejor cocinera, la aceitera; el mejor aceite del olivo a la prensa y de la prensa a lo oscuro, casa del padre, viña del abuelo y olivares del bisabuelo; si quieres llegar a viejo, aceite guarda en tu cuerpo, y muchos más, que hablan de la sabiduría de las costumbres y los usos de nuestro pueblo.
Moler con las ruedas de piedra las aceitunas, sentir el ruido del peso de las piedras sobre los frutos generosos. Las ruedas enormes y pesadas se mueven lentamente, rompiendo la pulpa blanda y pronta a regalarse, y la pasta se va formando. Dejar que descansen los animales que han ayudado en esta primera parte de la ceremonia, y pasar luego la pasta a la prensa para separar los líquidos, y guardar cuidadosamente el sólido para usarlo en las lámparas, llevando el resto al decantador para que allí la naturaleza separe la tercera parte de aceite que nos regalaría, el oro verde amarillento, el oro dorado y luminoso del aceite de los olivares… Y qué poco piden los dioses, sólo que pongamos el aceite a resguardo de la luz, del calor y de los olores fuertes. Poca cosa para tan soberbio regalo.
Mi madre colocaba en sus baños una mezcla de leche y aceite de oliva, que mantenía su piel hermosa y fresca. En sus cabellos, antes de lavarlos, echaba una mezcla de un huevo, algo de vinagre y el doble de aceite de oliva. Su cabello se mantuvo hermoso hasta su muerte, así como su piel. Cada cuatro lunas, ella frotaba su cabello con una mezcla tibia de cinco porciones pequeñas de aceite y dos huevos, y lo lavaba después de un rato.
Sus comidas preferidas eran varias, pero le gustaba sobre todo hacer conservas. Hervía vegetales con agua con sal y vinagre y luego los colocaba en recipientes que usaba sólo para esos fines. Una capa de aceite de olivo, ajo triturado, picantes, una capa de vegetales, que cubría con aceite y ajos nuevamente, y así hasta completar. Luego cerraba herméticamente el tesoro. Algunos duraban muy poco cerrados… A medida que comíamos los vegetales, trasvasaba el aceite sobrante, y colocaba en ese aceite diversos tipos de carnes, asadas o hervidas, que tomaban el aroma y el sabor del aceite así preparado.
Las verduras fritas en aceite tienen un sabor especial, y totalmente diferente si se colocan en aceite frío o en aceite caliente, y la textura de los huevos fritos es diferente hechos con el aceite frío al colocarlos para la cocción, o bien colocados en el aceite ya en ebullición. Todos estos pequeños secretos los aprendí mirando cómo cocinaba la mejor partera de Athenas, mi madre.
Transformar el alimento crudo en cocido es mágico. Metamorfosear las verduras en una hermosa ensalada es tarea de sabios. Transformar el grano del trigo en un pan kyllastes, o en cualquiera de las diferentes clases de panes, supone un conocimiento milenario. Tener pan en la casa significa que no hay miseria en ella, y si falta es la mayor de las desgracias.
Convertir en puré las lentejas y los garbanzos para comerlos untados en el pan, con aceite y ajo, es una delicia de pobres y de ricos. Asar y hervir cebollas parece tarea simple, pero es parte de un arte para nada menor, el de la cocina. Cultivar puerros, rábanos, cebollas ajos y pepinos, berenjenas, habas y garbanzos es tarea de artífices, que contemplaban la Luna para ver cuándo está hermosa, dialogan con ella y se dejan guiar por sus consejos. Los sabrosos frutos de la naturaleza luego serán nuestra comida. Y es tanta la maravilla que hay en ello, que luego de comer un fruto podemos plantar la semilla, y ver nuevamente crecer la planta, en un ciclo de vida sin fin… Quien siembra ajos siembra comidas, siembra medicinas y siembra otras plantas que crecerán luego, y que ya, de alguna manera, crecen en esta que estamos sembrando. Plantar una semilla dura es ya plantar el árbol de alguna manera, y verlo crecer es sentir su latido, sus movimientos, sus sufrimientos y alegrías, y hacerse eco de la voz del dios que los habita.
Conocer el alma de las plantas es dejar que nos hablen, saber cómo pueden curarnos o matarnos, alimentarnos o hacernos padecer. Melones, higos, melocotones, uvas, manzanas, todas ellas son frutas que nos acarician el paladar y nos deleitan la vida. Apreciar los sabores que degustan otras culturas nos abre la mente a lo diferente; así, comer habas de Egipto nos dice muchas cosas de ese pueblo sabio, nos murmura secretos al oído acerca de sus cosechas, de su río protector, de sus dioses.
Saber los múltiples usos de la leche es de una sabiduría especial. Leche natural o leche agria, ambas son importantes, quesos duros y blandos, de olor suave y de fuertes aromas, mantecas. Leche de cabra y de oveja. Leche con su gusto del ordeñe o leche endulzada con miel. Huevos de aves domésticas o recogidos de los nidos silvestres, preparados de diferentes modos, en conservas, recién hechos, rellenos, hervidos, fritos, encerrados en arcilla, rellenos a su vez de pasta de aceitunas y nueces.
Recoger la miel de las abejas, la cera y el propóleos. Preparar jarabes y dulces con miel. Utilizar la cera para mezclarla con aceite de oliva, para untar las manos resecas por la arcilla. Abrirse a la magia del propóleos: cura quemaduras tanto como hongos de la piel, quita el dolor de garganta, cura la tos, expulsa los malos espíritus de las enfermedades de los pulmones, vuelve bella la piel, desinfecta heridas. Los egipcios usan el propóleos en sus muertos, a los que untan con generosidad con varias capas de este regalo de las abejas.
Todo lo que se puede comer también cura o mata. El azafrán es un aditivo precioso para las comidas, y a la vez es antiespasmódico y diurético, ayuda a las mujeres con sus dolores menstruales y da buen color al rostro. Dicen que también estimula la lujuria, y que preparado de cierto modo, produce risa continua que puede llevar a la muerte. Lo cierto es que quien tiene una dieta sana está en armonía con el cosmos, porque regula su cuerpo oyendo la música de la naturaleza, cuidándola y permitiendo ser cuidado. Si cuidamos a los animales y los respetamos, y comemos todo lo demás que la diosa nos ofrece, obtenemos la bondad y alejamos los males, o al menos somos parte de la bondad. Eso creo, pero también creo que cada persona debe hacer según su propio conocimiento, y obrar de acuerdo con el bien, aunque creo que no hay bien alguno en matar a los animales. Matas a un animal y ya nada queda de él, no puedes regresarlo a la vida de ninguna manera, pero cuando comes un vegetal, puedes plantar su semilla. Sí, quizás esto no sea un buen argumento… Una vez una mujer me dijo que quien no comía animales privaba de vida a muchos que no nacían por esta decisión… Nunca me convenció eso, no creo que un animal que no ha nacido sea igual a un animal nacido, pero quizá no haya argumentos acerca de no matar a los animales para comerlos, quizá sólo hay decisiones acerca de cómo queremos vivir… Se debería comer poco, sencillo, en pequeñas cantidades, y sólo productos de la estación y del lugar. Eso haría que vivamos con lo necesario. Es tan poco lo que necesitamos para vivir. Y hay tanto de superfluo en lo que la Hélade consume…
Todas éstas y muchas más fueron enseñanzas que mi madre me dejó como su preciado legado, y que yo guardo en mi corazón para siempre.

Sócrates deja de citarle al esclavo y se distrae con una nave que se acerca al puerto.

Pasan un anciano y un joven, y Sócrates les pregunta:

–¿Qué es una madre?
–Una mujer que tiene hijos –le responde el joven.
–¿Y si una mujer quiere tener hijos es una madre?
–No, no lo es, porque podría querer tenerlos, y no por eso es madre.
–Sólo das vueltas en círculos. ¿Y si una mujer no quiere tener hijos?
–Entonces no es una mujer –dice el anciano.
–¿Cómo es eso?
–Ser madre es la finalidad de la vida de toda mujer –afirma con énfasis el hombre.

El joven se queda callado y observa, moviendo la cabeza en señal de duda.

–¿Y si una mujer no quisiera tener hijos?
–Ella no se convertiría en una mujer, siempre dependería de su padre.
–Pero ella puede casarse y no tener hijos.
–Eso es imposible, ella es sólo un vientre que aloja; la vida está en la simiente del padre, los hijos son del padre y es él quien decide si han de generarse los hijos. El hombre es el sol y la mujer es la tierra. Sócrates, qué preguntas son ésas. Ya sabemos a cuánto desorden conducen las mujeres que se rebelan contra la idea de tener hijos. La polis necesita orden, y en eso las mujeres colaboran teniendo hijos, cuidando la casa y al esposo. Todas deben ser como Penélope.
–¿Deben ellas esperar a su esposo por veinte años mientras él está con otras mujeres?
–Por supuesto. ¿Acaso, Sócrates, estás queriendo generar el desorden con tus ideas?
–Yo sólo pregunto
–Es mejor que te fijes bien qué preguntas.

Y acomodándose el tribón sobre el hombro izquierdo con fuerza, el anciano se alejó. El joven se quedó mirando a Sócrates, quien le preguntó:

–¿Y tú qué piensas?
–No lo sé… Pensaré tus preguntas y mañana te veré en el ágora.

Se aleja con paso rápido, intentando alcanzar a su compañero, cuyo manto se divisa al final de la calle. Pero antes de llegar a él, se da vuelta y echa una mirada rápida hacia atrás.

Sócrates toma una hierba que sobresale entre dos piedras, la arranca y comienza a masticarla, mientras observa el navío que se acerca al puerto del Piraeus. El esclavo se da cuenta de que Sócrates ha comenzado uno de sus períodos de ensimismamiento, por lo que se sienta a esperar que el anciano despierte de su sueño de ojos abiertos antes del anochecer…

Monday, July 11, 2005

SOCRATES, por Stella Accorinti. Entrega 2 de 10



EL NACIMIENTO



Mi hija nació
como todos los niños.
Tendrá pies fuertes…


Jeny Mastoraki, “La alegría de la maternidad”


–¡Empuja!

Fenáreta escuchó la orden como si viniera desde muy lejos, o como si no fuera dirigida a ella. Se encomendó a Ilithya, la protectora de los partos, la hija de Hera. Veía luces que brillaban, como moscas pequeñas bailando frente a sus ojos. Intentó frotárselos, pero le habían atado las manos. Los oídos le zumbaban. Un sonido agudo nació en su estómago y salió por su boca, y escuchó que le gritaban que hiciera silencio, que dañaba a la criatura. Un dolor intenso, perdiéndose en sus huesos, caminando por su ano, desgarrándolo, le atenazaba, finalmente, la garganta. Gritaba, aullaba, y sus gritos se mezclaban con otros, y con voces que no lograba reconocer. Cuando se dio cuenta de que sólo veía las luces pequeñas y algunas siluetas esfumadas, el miedo la envolvió con su manto helado y asfixiante.
Después de tironear con fuerza durante minutos, sintiendo el ardor de la piel rasgándose entre sus piernas, logró soltar su mano derecha, pero en lugar de frotarse los ojos como era su deseo, la mano bajó con voluntad propia hacia la vagina, y Fenáreta sintió el líquido empapándola. Enseguida, pasó la mano por los ojos, con desesperación, y gritó:

–¡No veo! ¡Por Ilithya, no veo!

A sus palabras le siguió el silencio. La parturienta sintió crepitar su dolor. Cuchicheos atrás, adelante, a los costados. Y sus gritos. Una voz de mujer, dulcemente, le habló:

–Un poco más, amiga, un poco más y ya estamos.

En ese momento, sintió que el estómago se le salía, y resbalaba entre sus piernas, y empezó a ver cómo el dolor se alejaba. Escuchó las voces entremezcladas:

–Nació. Es un hombre, Fenáreta. ¿Cómo se llamará?

–Sócrates –dijo una mujer, susurrando–. Pero falta mucho para que se le dé su nombre en el décimo día…

Luego, lejana, perdiéndose, Fenáreta oyó su propia voz:

–Le debemos un gallo a Asclepio.

Le acercaron a los labios el recipiente de arcilla. Un líquido amargo. Lo tomó lentamente, y la somnolencia sobrevino en pocos minutos, mientras una voz susurraba “Imhotep reblandece incluso las piedras”, y otra, casi como respuesta, “que el recién nacido tenga su Quirón, como Asclepio, y como a Asclepio, lo circunde la luz hoy, y alivie los sufrimientos de la humanidad mañana”.
Unas manos la tomaron, haciéndola girar y colocando su cuerpo de costado. Oyó las congratulaciones por la tarea bien realizada, las risas de felicidad, y enseguida, las órdenes de colocar una rama de olivo en la puerta de la casa, porque había nacido un varón. Luego, Fenáreta sintió que se hundía en la nada, mientras oía los comentarios: “El niño ha nacido cuando comienza el día, justo con la caída del crepúsculo”. “Y ha nacido en la primera década del mes, en la noumenia, la luna oscura será su diosa”. “Ha nacido en el mes justo, comienza el invierno, las semillas están ocultas y prontas”. “Es auspicioso”. “Tendrá muchas semillas ocultas, prontas a dar sus plantas y luego sus frutos”. “Ha nacido con el año”. “Pasaron doce klepsidras desde la salida a la puesta del sol, ha nacido cuando el día nuevo comenzaba”. “Asclepios, engendrado por Apolo, educado por Quirón, recibió de Athena la sangre de la Gorgona. El niño le está dedicado. Tendrá medicina e inmortalidad en él”. “Es un niño feo”. “Todos los niños lo son”. “Ha nacido en el mes del gran sacrificio, comeremos carne este mes”. “Fenáreta no comerá, ella no come carne”. “Debe comer ahora, por el niño”. “No lo hará”. “Que Artemisa, protectora de los partos y de los niños, proteja al recién nacido”. “Artemis, diosa de las transiciones y de las máscaras, te dedicamos este niño”.

Fenáreta despertó varias horas después. Ya era la madrugada. Una comadrona que estaba sentada a los pies de la cama en vigilia, se levantó y la aseó. Fenáreta le tomó una mano a la anciana y le preguntó:

–¿Cómo está el niño?
–Mejor que vos, mi señora –respondió la mujer con una sonrisa pícara.

Una vez realizada la tarea, la mujer se retiró, deseando a Fenáreta una noche tranquila y apacible.

Sin darse cuenta, Fenáreta comenzó a pensar en Epimeteo y en Pandora, quizá porque abrir una caja es una cuestión de esperanza, como tener un niño, se dijo. Pandora no trajo los males a la humanidad, sino que guardó para todos la esperanza en la caja. Sus pensamientos discurrían sin que ella se lo propusiera. Ella supo cerrar la caja a tiempo. Ella buscó conocer, y supo guardar. Y sólo Epimeteo fue capaz de ver a Pandora. Ni siquiera su creador la vio realmente, como no la vio tampoco Prometeo. Pandora, madre de todas las mujeres… No somos una plaga, como Eurípides hace decir a Hipólito, somos las nacidas en el amanecer, como la Pandora hecha por Fidias: allí está, entre Helios y Selene. Y está a la altura de nuestras miradas, en la base del Partenón. Es lo más bajo, es verdad, y por ello lo más accesible y lo más humano.
Nosotras, las mujeres, las hijas de Pandora. Las que podemos ser repudiadas sin razón, a las que nos casan a los quince años sin consentimiento. Nosotras, las que salamos los pescados y recogemos el cereal. Las que hacemos panes de cebada, de avena, de trigo. Las que les ponemos miel. Las que los hacemos más digestivos con levaduras. Anunciamos que los pescados están servidos, que no tarden los señores porque se enfrían. Y se calienta el vino, y se endurece el pan, gritamos. Y agregamos: hay queso, aceitunas, trufas, verduras rellenas de ajo y miel, atunes, ostras y jureles listos junto a cebollas deliciosas, rayas, colas de tiburón, escorpenas, percas, lagartos de mar, pauros, trencas marinas, salmonetes, murenas, esparos, escaros, alosas, quisquillas, peces voladores, pulpos, jibias, langostas, lenguados, aphyes, agujas, mújoles, anguilas. Apúrense, hay una oca cebada, dos puercos, seis corderos, carne de oveja, de jabalí y de cabra, gallos, patos, perdices… Y corremos de aquí para allá, que todo esté listo y a tiempo, justo en su punto, sin un más y sin un menos.
Colóquense pescuezos de grulla, así saborean el alimento por más tiempo. Recuéstense, coloquen el cuerpo descansando sobre el brazo izquierdo, y preparen su mano derecha para tomar lo que más desean (¡ah!, si siempre pudiéramos reclinarnos y tomar lo que más deseamos con sólo estirar la mano derecha). Coman, coman, hombres, mientras en la cocina la esposa vigila la salsa de huevos y la carne asada, para que esté en su justo punto, miel, aceite y pimienta sobre la carne dorada.
Han querido que nos enseñen sólo a bordar, tejer y cocinar, pero hemos aprendido a pensar mientras hacíamos las tareas que se consideran propias de mujeres. Quizá ha sido una suerte que hayamos sido educadas por mujeres, y que no hayamos ido a la escuela, ni se nos haya dado la instrucción que se da a los varones. Quizá ni siquiera hubiéramos podido conservar nuestros pensamientos, quizá hubiéramos perdido nuestros ojos de mujer en esas escuelas para hombres…
Nos casan con alguien desconocido, y quien nos entrega en matrimonio, sea hermano, padre o tutor, espera que engendremos varones. Sólo se nos permite salir para las celebraciones religiosas o para los grandes acontecimientos familiares. No podemos asomarnos en los banquetes hechos en casa, ni asistir a aquellos a los cuales van nuestros esposos. Ya lo dijo Hesíodo, que los hombres se casen a los treinta años, pero nosotras, a los quince, para mejor ser domesticadas. Las cortesanas dan placer, las concubinas, cuidan, y las esposas damos hijos. Éste es nuestro mundo. Si nos divorciamos, adquirimos mala fama, y no podemos repudiar al marido. Pagamos por un esposo, que es en realidad el amo de nuestro cuerpo por toda la vida. Ellos dicen que es dura la vida de ellos, por ser soldados, pero no querrían parir si se les diera a elegir.

–Has despertado Fenáreta –la voz la sobresaltó–. ¿En qué pensabas?
–En el niño –respondió rápidamente, sonriendo. Y preguntó a continuación–. ¿Está bien?
–Sí, es fuerte y gordo.

Fenáreta se rió y luego, frunciendo el ceño, preguntó:

–¿Dime, ¿tú sabes hacer bien las bolitas de garbanzos?
–Pues… –la mujer parecía sorprendida–, tomas los garbanzos remojados toda la noche en agua caliente…
–Sí, en agua caliente, porque en agua fría quedarían duros, una vez me quedaron crudos por eso… –Fenáreta parecía pensar en otra cosa.
–Sí, es verdad. Más o menos una medida y media de garbanzos. Tomas pan viejo, un trozo, y tomas los garbanzos y los mueles bien en el mortero junto con el pan remojado, pero que no tenga mucha agua.
–Pero… los garbanzos hervidos…
–No, no, los garbanzos sólo remojados. Debe quedarte una pasta fina. Una cebolla mediana y cinco dientes de ajo, también los mueles bien en el mortero.
–¿Junto con la pasta de garbanzos y pan?
–No, aparte. Pones en esa mezcla un poco de hierbas verdes aromáticas, e incorporas esta mezcla a la de garbanzos. Añades hierbas de ultramar, comino, coriandro, en semillas molidas. Tienes que tener trigo hervido al vapor y molido, del cual separaste antes el salvado: una cuarta parte de la medida que usaste de garbanzos. Agregas un poco de levadura. Mezcla bien todo con tus manos y enmanteca un recipiente. Te humedeces las manos y armas bolitas del tamaño de una nuez y las colocas en el recipiente. Puedes prepararlo muchas horas antes de comerlas, son muy ricas. Las fríes en aceite de olivo bien caliente. Debes mantenerlas en un lugar caliente.
–Sí, las he comido varias veces. Las comeré pronto nuevamente.

La mujer miró a Fenáreta y le sonrió, afable.

–¿Acaso tienes hambre, Fenáreta?
–No. Sólo pensaba en algunas cosas, por eso te he preguntado sobre la cocina… ¿Y acaso no hay en el mercado harina de garbanzos?
–Sí, hay.
–¿No se puede usar eso?
–Tienes razón, mujer, no lo había pensado…
–¿Tú las comes con pasta de berenjenas?
–Con lo que sea, solas también. Me gustan mucho. Y si las sirves con lechugas, y las salseas con lo que quieras, crema de leche por ejemplo, son un manjar de los dioses
–De los dioses no creo, pero que son exquisitas, eso seguro… No veo a los dioses comiendo garbanzos…
–¿Por qué no?
–Tienes razón. Por qué no.
–Fenáreta, devuélveme el favor luego con alguna de tus recetas
–Claro. Por qué no –respondió, riendo amablemente

Friday, July 08, 2005

CROMAÑON




195

Thursday, July 07, 2005

LEON GIECO



Bandidos Rurales


Nacido en Santa Fe en 1894,
cerca de Cañada, de inmigrantes italianos
Juan Bautista lo llamaron, de apellido Vairoletto
bailarín sagaz, desafiante y mujeriego
Winchester en el recado, dos armas cortas también,
un cuchillo atrás y un caballo alazán
Raya al medio con pañuelo, tatuaje en la piel,
quedó fuera de la ley, quedó fuera de la ley

Se enamoró de la mujer que pretendía un policía
lo golpeó, lo puso preso un tal Farach Elías
”Andate de Castex” le dijo, “aquí tenemos leyes”
Corría el año 1919
Antes de irse, fue al boliche a verlo al fulano
Con un 450 belga, revólver en mano
Le agujereó el cuello y lo dejó tirado ahí
Ahora sí fuera de la ley, ahora sí fuera de la ley

Bandidos rurales, difícil de atraparles
Jinetes rebeldes por vientos salvajes
Bandidos rurales, difícil de atraparles
Igual que alambrar estrellas en tierra de nadie

Por el mismo tiempo hubo otro bandolero
Por hurtos y vagancia, 19 veces preso
Al penal de Resistencia lo extradita el Paraguay
Allí conoce a Zamacola y Rossi por el 26
1897 en Monteros, Tucumán,
el día 3 de marzo lo dan por bien nacido
Segundo David Peralta, alias Mate Cocido,
también fuera de la ley, también fuera de la ley

Entre Campo Largo y Pampa del Infierno
el pagador de Bunge y Born le da 6000 por no ser muerto
Gran asalto al tren del Chaco, monte de Saenz Peña,
Anderson y Clayton firma algodonera
45.000 a Dreyfus le sacaron sin violencia
El gerente Ward de Quebrachales 13.000 le entrega
Secuestró a Negroni, Garbarini y Berzon
Resistió fuera de la ley, resistió fuera de la ley

Estribillo
Vairoletto cae en Colonia San Pedro de Atuel,
el ultimo balazo se lo pega él
Vicente Gascón, gallego de 62,
con su vida en Pico pagó aquella traición
Sol, arena y soledad, cementerio de Alvear,
en su tumba hay flores, velas y placas de metal
El ultimo romántico lo llora Telma, su mujer,
muere fuera de la ley, muere fuera de la ley

No sabrán de mí, no entregaré mi cuerpo herido,
Quitilipi, Machagai, ¿donde está Mate Cocido?
Corría el 36 y lo quieren vivo o muerto
2.000 de recompensa, se callan los hacheros
Logró romper el cerco de Solveyra, un torturador
de Gendarmería que tenía información
Herminia y Ramona dudan que lo hayan matado
a este fuera de la ley, a este fuera de la ley

Estribillo
En un lugar neutral, creo que por Buenos Aires,
se conocen dos hermanos de este barro, de esta sangre,
Dejan un pedazo del pasado aquí sellado
y deciden golpear al que se roba el quebrachal
Por eso las dos bandas cerquita de Cote Lai
mataron a un tal Mieres, mayordomo de La Forestal
Se rompió el silencio en balas, robo que no pudo ser
Dos fuera de la ley, los dos fuera de la ley

Martina Chapanay, bandolera de San Juan,
Juan Cuello, Juan Moreira, Gato Moro y Brunel,
El Tigre de Quequén, Guayama y Bazan Frías,
Barrientos y Velázquez, Calandria y Cubillas,
Gaucho Gil, José Dolores, Gaucho Lega y Alarcón,
bandidos populares de leyenda y corazón
Queridos por anarcos, pobres y pupilas de burdel
Todos fuera de la ley, todos fuera de la ley

Estribillo

CROMAGNON Posted by Picasa

Andrés Calamaro



Elvis está vivo



Elvis esta vivo
me lo dijo un amigo
cuando el sol empezaba a caer
esta en el cuarto forrado de leopardo dorado
se queda viendo su propio funeral
en menphis lo saben todo
pero es gente muy discreta y no dicen nada
será mejor así, será mejor así?
elvis esta vivo
eternamente dormido
en un inodoro de cristal
Elvis esta vivo
se escribe cartas conmigo
cuando el sol empieza a caer
Bob Dylan también lo sabe
pero Bob es muy discreto y no dice nada
será mejor así
será mejor así?
Elvis esta vivo
esta lavando la limo
cuando el sol empieza a caer
supongo que esta en su casa en una bata de seda
mirando diez canales a la vez
en Memphis lo saben todos
pero es gente muy discreta y no dicen nada
será mejor así, será mejor así?
("are you lonesome tonight?")
Elvis esta vivo
Elvis es un buen tío
espero que me
invite a comer.

Saturday, July 02, 2005

CROMAÑON




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