Wednesday, July 20, 2005

Stella Accorinti, MIRTA. Novena entrega



CARTAS DE MIRTA DESDE BOSTON, I




Boston, 10 de agosto de 2002

Canela, hija de mi corazón:

¿Cómo estás, Princesa?, me preguntabas en tu carta si tenía alguna historia para usar en la obra de teatro que están escribiendo con tus compañeras. No sé si te sirve, ni sé si es una historia, pero una amiga mía, Rosita, cuando se casó estaba económicamente muy mal. A los dos meses de casada, un día se dio cuenta de que no tenía en su casa nada para hacer una comida, nada para comer, y empezó a preocuparse mucho, más que por ella por el hecho de que a la noche no tendría nada caliente para ofrecer al marido que llegaba del empleo, cansado. Ella había leído Mujercitas cuando tenía once años. La verdad, Caneli, que no hacía mucho que ella había tenido once años, porque en ese momento tenía quince. La cosa es que a que no te imaginás qué hizo. Como ella admiraba al personaje principal del libro ése de Louise May Alcott, se le ocurrió que podía vender su cabello. Eran los años setenta, hijita, el cabello se usaba muy largo, y mi amiga lo tenía debajo de la cintura.
Agarró las pocas monedas que tenía y al día siguiente, acompañada del marido, fue a la capital (ella vivía lejos, como a 50 kilómetros). En el camino parloteaba con el marido, que había faltado a su trabajo para ir con ella en esta aventura. Mi amiga dice que ella parecía la lechera del cuento. (¿Conocés ese cuento?) Llegaron a capital, recorrieron varias peluquerías, en todas le dijeron que no, que ella tenía el cabello muy estropeado. Y me contaba que el marido le decía que por qué no caminaba derecha, que ella no caminaba como las chicas de su edad, que él tenía una vecina que caminaba con paso elástico. Ella se miraba en las vidrieras para ver si lograba el paso elástico, que nunca supo muy bien qué era.
Esa noche cuando regresó, encontró en un plato, tapado, el piolín de un chorizo que había usado el día anterior para cocinar (en rigor de verdad, había usado un pedazo del chorizo, ya que hacía hasta cuatro comidas con un chorizo, lo hacía hervir en agua para dar sabor). Había un poquito de grasa aún adherido al hilo, mi amiga pasó ese pedacito de grasa por la sartén, picó un cuarto de cebolla, la fritó en la sartén, agregó agua, dejó que hirviera, le puso una pizca de orégano e hirvió un poco de fideos a los que sirvió rociándolos con el agua con chorizo.
Rosita se reía cuando me contaba eso. Es que hace más de veinte años que lo dejó al marido. (Ella estuvo casada más de diez años con ese hombre).
Hijita, releí esto. No sé si te sirve, no sé si quieren una historia así, o si cuando me pedís una historia te referís a otra cosa. Voy a pensar si me acuerdo de otra cosa para mandarte. No sé por qué cuando me pediste una historia enseguida pensé en Rosita y su pelo.

Te amo hasta más allá del cielo y de las galaxias, como me decís vos siempre.

Escribíme mi Princesa Inca. Besitos a Sheena, dale agua a esa gatita, los gatitos pequeños toman mucho agua. Y leche. ¿Qué comida le das? ¿O aún no come comidita?

PD: hablando de comidita, ojo con la comida chatarra, no comas tantas hamburguesas, comé frutas, verduras, comé lácteos. Cuidá la salud, hijita.

PD2: vas a ver que pronto voy a poder volver y te voy a cantar tu canción:

Duerme, duerme, negrita
Que tu mama está en el campo, negrita
[…]
Te va a traer rica fruta para ti
[…]
Te va a traer muchas cosas para ti
Y si mi negra no se duerme
Viene el diablo blanco y ¡zas!…
Le come la patita checapumba
Checapumba, apumba checapum.
Duerme, duerme, negrito
Que tu mama eta en el campo, negrito.
Trabajando, sí
[…]
Pala negrita chiquitita
Pala negrita, sí
Trabajando, sí
Trabajando, sí.

TE AMO hasta el fin del universo, si es que tiene fin…

Mami

Boston, 15 de agosto de 2002

Silvana, hija de mi alma:

¿Cómo estás? Hoy llovió mucho acá, tanto que estaba yendo a la academia de inglés y me agarró justo el chaparrón al bajar, quedé hecha sopa, un desastre. Además, bajé un poco triste del tren porque vi a una chica ciega que tenía un perro. Ella llevaba de la mano a otra chica ciega, y ésta llevaba en brazos a una beba. La escena era un cuadro, una foto, era hermosa y dolorosa a la vez. La chica del perro era blanca, y la chica del bebé en brazos era negra. Esto ocurrió en la línea verde del metro. Ellas bajaron en la estación Haymarket. Había algo en ellas, en la escena, en que la chica blanca tuviera perro guía y la chica negra tuviera un bebé. La chica negra parecía tan dependiente de la chica blanca. No sé explicarte bien qué sentí o qué pensé en ese momento. Pero ése era el cuadro. Ellas bajando en la estación, la mano de la chica negra en el hombro de la chica blanca.
Te cuento que tengo como compañeros en la academia a una colombiana y a un salvadoreño y a un señor brasileño, el señor brasileño es onda “persevera y triunfarás”, o sea que si querés, podés y todo eso, vos me entendés, el salvadoreño es onda tímido y concentrado y la colombiana va a las clases de inglés para hacer terapia acerca de sus problemas familiares, y a llorar porque su hijo de dieciocho años se ha puesto de novio y quiere ir a pasar el domingo a casa de su novia, y ella dice que qué harán con la iglesia, y que cómo harán entonces. Me imagino que leés esto con el ceño fruncido. Y sí, no intentes entender, son mundos diferentes. Yo no sé ni qué decir, hago la tarea, cumplo, hablo cuando me preguntan, me esfuerzo, y entretanto la depresión avanza, aunque cuando me doy cuenta la empujo y le cierro la puerta en las narices a la muy entrometida.
Silvanita, te extraño más que un montón. Extraño tu risa, que imites a la Chirusa, que hables haciéndote la loquita, que te rías de todo. Extraño que alguien coma mis canelones como si fueran los mejores del mundo. Extraño tocar tu pelo largo. Extraño tus silencios, extraño tus largas charlas. Quisiera abrazarte fuerte y tenerte contra mi pecho como cuando eras bebé.
Pd. Los versos que te faltan de esa canción son éstos :“Mi unicornio azul ayer se me perdió, no sé si se me fue, no sé si se extravió, si alguien sabe de él le ruego información, cien mil o un millón yo pagaré…, es que no tengo más que un unicornio azul, y aunque tuviera dos […]”.
Te extraño, te amo hasta más allá de la última estrella.

Mami

Boston, 18 de agosto de 2002

Hola, Seba:

¿Cómo estás, primo? ¿Los chicos bien? ¿Tu esposa? Te escribo para saber cómo estás y también para contarte que en los últimos días pienso recurrentemente en la tía.
¿Vos conocés ese textito de Cortázar, “Me caigo y me levanto”? ¿Te acordás que tu mamá siempre decía así? Lo decía con una gracia… me caigo y me levanto! Uy, perdón, decía después. (Tía, ¿cómo nos rehabilitaremos?, como dice Julio). Después te mando el audio, Sebi, pero te copio acá un pedacito: “Tía, no será esa la respuesta, ahora que lo pienso? Hagamos una cosa: usted se rehabilita y yo la observo. Varios días seguidos, digamos una rehabilitación continua, usted está todo el tiempo rehabilitándose y yo la observo. O al revés, si prefiere, pero a mí me gustaría que empezara usted, porque soy modesto y buen observador. De esa manera, si yo recaigo en los intervalos de mi rehabilitación, mientras que usted no le da tiempo a la recaída y se rehabilita como en un cine continuado, al cabo de poco nuestra diferencia será enorme, usted estará tan por encima que dará gusto. Entonces yo sabré que el sistema ha funcionado y empezaré a rehabilitarme furiosamente, pondré el despertador a las tres de la mañana, suspenderé mi vida conyugal y las demás recaídas que conozco para que sólo queden las que no conozco, y a lo mejor poco a poco un día estaremos otra vez juntos, tía, y será tan hermoso decir: ahora nos vamos al centro y nos compramos un helado, el mío todo de frutilla y el de usted con chocolate y un bizcochito.” Tía, vos te rehabilitás y yo… Tía, vayamos al Abasto a comprar las cosas del día, y a la vuelta nos tomamos un helado. Mirta, ¿vamos al Abasto? Mirta, andá y decile a don Juan el almacenero que te venda medio kilo de azúcar y que te dé la yapa, eh. Mirta, te llamaba para preguntarte por la receta de la salsa blanca, ¿viste que siempre me olvido las cantidades? Tía, te llamo por la salsa blanca, viste que yo siempre me olvido de las cantidades. Entonces, tía, si yo recaigo vos te rehabilitás, y al revés, y apoyate en mi brazo, y Mirta, apoyate en mi brazo, dame la mano para cruzar Entre Ríos, tía apoyate en mi brazo y vamos que despacito llegás caminando al baño.
(Tía de mi alma, ¿sabías que Isabel quiere decir algo así como “la casa de dios”? Esa fuiste vos para todos nosotros: la casa donde queríamos estar, de la que no queríamos irnos, el plato de comida caliente, la sonrisa dulce, la palabra tierna.)
Tía, ¿y si no estás sólo en mis sueños? Y si…, tía, ¿y si te rehabilitás? Tía, ¡me caigo y me levanto! La puta madre que lo parió a la vida, tía.

Disculpáme, Sebastián, mejor te escribo otro día, creo que esta carta no es para vos.

Te quiero hasta el cielo.

Mirta

2 Comments:

Blogger António Caeiro said...

obrigado pela visita a Monsaraz, em: http://monsarazemfotos.blogspot.com/

8:53 AM  
Blogger Stella M Accorinti said...

El placer es mio, Antonio.

2:33 AM  

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