A GIFT FOR GRAHAM, WHO FOUND MY BLOG
EL HIJO
Stella Accorinti
Preguntas
[...]
¿y si Dios fuera una mujer? alguno dijo
¿y si Dios fuera las Seis Enfermeras Locas de Pickapoon? dijo alguno
¿y si Dios movieras los pechos dulcemente? dijo
¿y si Dios fuera una mujer?
[...]
¿y acaso Dios no sale de los hospedajes con una mirada triste en la
boca? alguno dijo
¿y si Dios fuera una mujer?
¡tetas de Dios! ¡blancos muslos de Dios! ¡lechosos! dijo
¡leche de Dios! gritaba por los techos de toda la ciudad
así que lo quemaron
[...]
¿y si Dios fuera una mujer?
¿y si Dios fuera las Seis Enfermeras Locas de Pickapoon? dijo alguno.
(Juan Gelman )
Lo mejor del carácter de mi hijo era su alegría permanente. Pero ésta su alegría no era la que usualmente se asocia con una felicidad producto de la estupidez, sino una alegría genuina, que transformaba todo a su alrededor.
A él le complacía más hacer obsequios que recibirlos, le agradaba más lavar los pies ajenos que recibir las manos lavándole los suyos. Era simple con los simples y complejo con los complicados. Discutía filosofía con los doctos y ayudaba a remendar las redes de los pescadores, realizando ambas actividades con idéntica pasión. Cosía sus ropas y las mías, tallaba maderas y piedras y tenía su cara la más especial de las sonrisas cuando podía compartir una comida con sus amigos.
Mi hijo ya no está. Las madres sabemos que moriremos antes que nuestros hijos. Estamos preparadas para ello, y rogamos que sufran lo menos posible, así como pedimos que si algún dolor les está destinado, caiga sobre nuestras cabezas y no sobre el más delgado de sus cabellos. Pero las madres nunca estaremos preparadas para que nuestros hijos mueran antes que nosotras. Hubiera dado mi vida en lugar de la de mi hijo, sin hesitar, aunque sé que la vida de una mujer carece de valor. Antaño, entre los helenos, la muerte de una mujer valía muy poco, y generalmente ellas se suicidaban porque quien hacía eso era vista como gente sin valor, y se ahorcaban, mostrando con sus cuerpos oscilantes y colgando de las sogas, el vaivén de ideas que nada aportaban a los ciudadanos. Los hombres, en cambio, morían guerreando, y si por alguna justa causa debían quitarse la vida, lo hacían con el viril puñal que se hunde en la carne, desgarrándola, y no con la cobarde soga que ajusta el cuello dejando la decisión del suspiro final no a la valiente mano propia, sino al bamboleo del destino impredecible, a las anónimas manos sin rostro que toman la decisión que la cobardía femenina no toma. Todo esto mi padre me lo ha contado. Quizá por eso , aunque ofrecí morir en lugar de mi hijo, nadie se molestó ni siquiera en considerar mi pedido.
Mi hijo dejó que tomaran su vida por defender ideas de amor, de paz, de igualdad, por defender a los pobres, a las mujeres, a los enfermos, a los niños , a los locos y a los desesperados. Como sucedía con las mujeres aquellas ahorcadas, él también fue suspendido con cuerdas. Estuvimos todo el día con mis amigas preguntando, buscando , mientras los soldados nos sacaban a empujones, diciéndonos que al día siguiente podríamos ir nuevamente.
Nunca hallamos su cuerpo. No pude tocar el rostro de mi hijo muerto, no pude lavar su cuerpo, no pude darle un último beso. No lo vi morir. Por eso, sigo esperando que algún día entre por esa puerta, con su sonrisa enorme, su hermoso y largo cabello, su cara ligeramente ladeada sobre el hombro izquierdo, y que, abriendo sus brazos, me tome fuertemente entre ellos, un abrazo que espero desde hace mas de treinta años, y que esperaré toda mi vida, hasta mi aliento ultimo.
El tuvo muchas ocupaciones en su vida, y es por eso que ya siendo un hombre, nunca tuvo demasiado tiempo para mí, pero era infinitamente bondadoso. Su cara noble y dulce nunca será olvidada por sus amigos. Sé que cuando yo misma muera, veré su rostro, sé que veré a mi hijo, de alguna manera, y podré tener sus manos en las mías, y entibiárselas para siempre.
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