Stella Accorinti, Leyendo a Gabriel GARCIA MARQUEZ, Memoria de mis putas tristes (Memories of My Melancholy Whores)
La lenta y delicada erección de la metáfora del texto se construye, como es de rigor en los intrincados meandros de la vida literaria, en jun cuarto pobre. Se erige el texto del cuerpo de una muchacha en un cuarto de prostíbulo. El cuerpo del texto amado por el narrador se levanta, lentamente. Es un cuerpo sin voz, siempre dormido. El autor/narrador ama tanto el (al) corpus que crea, que no se atreve a oírlo. Este cuerpo amado debe ser perfecto, pero ¿dónde está la voz perfecta para este cuerpo perfecto? ¿Cuáles podrán ser las palabras nuevas para este cuerpo virgen que se está construyendo y modelando?
Al contrario del gran maestro escultor que golpea la bella imagen, rogándole, con una orden, que hable, García Márquez hace callar a su creación perfecta. Creada con palabras, moldeada con las palabras del amor de una vida entera, ella carece de palabras. Todas las letras están en el cuerpo de esta creación de completad, virgen y puta a la vez. Crear a una casi salvaje niña iletrada de quince años amada por un hombre de letras de noventa años es casi como hablar de un libro nuevo, breve y pequeño, escrito por un autor avezado.
La búsqueda de la escritura del libro perfecto existe. La búsqueda del amor perfecto existe. Quizás es cierto que los mejores amores son los amores contrariados. O, al menos, eso es verdad para la literatura. ¿Y de qué otra cosa está hablando García Márquez, sino de literatura y de creación de nuevos y perfectos corpus de literatura en la vejez pletórica de un autor eufórico de vida, estallando de escritura?
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